lunes, 29 de mayo de 2017

Félix Francisco Casanova y Luis Natera: el Club de los Poetas Muertos



Félix Francisco Casanova y Luis Natera murieron antes de tiempo, el primero a los 19, cuando ni siquiera había iniciado su juventud, víctima de un escape de gas mientras se duchaba, actualmente contaría con 61 años. El segundo falleció a los 62, tras un infarto en el monasterio benedictino de Santa Brígida, Gran Canaria, cuando se hallaba en plena madurez. Son dos nombres de las letras canarias que están siendo reivindicados de manera constante, rememorando aquella película de hace unos años, podemos considerarlos miembros distinguidos del Club de los Poetas Muertos. Félix Francisco se fue de este mundo dejando atrás una impronta de genialidad, Luis Natera se marchó después de revelarnos su poesía existencial de los mares y los naufragios. A Casanova la crítica lo considera el Rimbaud y el Lautréamont español y se le asocia con Leopoldo María Panero; es añorado por su temprana muerte, pero ha sido recuperado en los últimos tiempos por los suplementos literarios y las editoriales. Nacido en Santa Cruz de La Palma en 1956 era hijo del también poeta Félix Casanova de Ayala, natural de La Gomera, y de una mujer de la capital palmera. Al instalarse en Tenerife se convirtió en un lector febril de autores tan significativos como Pessoa, Whitman, Eluard, Albert Camus, Herman  Hesse. Su afición era escuchar música, incluso fundó un grupo de rock alternativo, muy adelantado al ambiente. Félix Francisco estudiaba el tercer curso de Filología Hispánica en la Universidad de La Laguna cuando falleció; en esos tres intensos años tuvo tiempo de mezclarse con la intelectualidad de la isla, como los filósofos José Luis Escohotado o Javier Muguerza, los poetas Carlos Pinto Grote o Arturo Maccanti, los escritores Agustín Díaz Pacheco o Luis Alemany.

Tuvo tiempo para dejar una obra visionaria, original y extraña, plasmada en logros de una asombrosa madurez en la poesía y la prosa experimental. Siempre tengo nostalgia / de lo que no he vivido, / la ventana se abre al frío / del ángel exterminador / y el año se llama invierno, la sombra de mi cuerpo / flota como un cadáver. A los diecisiete consiguió con El invernadero (1973) el premio de poesía Julio Tovar. A los dieciocho ganó el Pérez Armas de novela con El don de Vorace (1974), brillante parodia de El túnel, de Ernesto Sábato, que escribió en apenas 40 días cuando contaba 17 años. Un texto cargado de ensoñaciones y obsesiones, su premonición de la muerte, que es imposible no asociar a su malogrado destino. Y es que la literatura de este autor tenía misterio, musicalidad, fuerza contagiosa. En una breve nota biográfica para la contraportada del libro, se definió en estos términos: Yo soy mi propio abuelo viendo a mi infancia jugar. Cuando ganó el Pérez Armas declaró que el importe del premio lo emplearía íntegramente en comprar discos de sus grupos preferidos. Y un mes antes de su partida, obtuvo otro premio, otorgado por el periódico La Tarde al poemario Una maleta llena de hojas. Babelia, el suplemento de El País, llevó en su portada del 13 de mayo a este autor con motivo de la publicación de sus Obras Completas, 40 años después de su fallecimiento.

Por su parte, Luis Natera (1950-2013), nacido en la ciudad de Las Palmas aunque fuertemente vinculado a Telde, fue catedrático de francés y sobe todo poeta del mar, del amor, de la reflexión, y su gran amigo Adolfo García junto con Javier Cabrera, también poeta, han sido impulsores de homenajes y encuentros destinados a perpetuar su memoria. Natera, reconcentrado y místico, tenía una poesía bien elaborada, en la que solía hablar de la pérdida del espíritu en estos tiempos. Un hombre tranquilo, casi místico diríamos, que nunca estuvo en primer plano de los y sin embargo recitaba con voz firme, tenía estilo, depuración, calidad. Su mujer, también profesora, de Burgos, le enseñó Silos y otros regalos de la meseta. Natera nació en Las Palmas, 1950, pero vivió su infancia en Telde y en la playa de Salinetas pasaba mucho tiempo: Te digo que en un hoyo / cabe el mar / y que no hay paraísos / salvo tú, / playa de isla / para el niño barquero. Fue autor de libros de poemas y ensayos literarios; licenciado en Filosofía y Letras por Salamanca, fue profesor ayudante de Español en el Liceo Louis le Grand de París. Por Puerto de Silencio obtuvo el Premio del XXI Concurso de Poesía, San Lesmes, de Burgos. Posteriormente fue galardonado con el Tomás Morales de Poesía 1994, por Agrimensores de la bruma. También le fue concedido un accésit en el Premio de Poesía Ciudad de Las Palmas por el poemario Las horas del Ángel. Otras de sus obras son Únicamente el Alba, Conversación con mi hijo y Memoria del dolor. Dirigió durante años la revista Cendro, era un dinamizador cultural, un hombre generoso a la hora de apoyar a los demás. Jesús Ruiz Mesa fue el último cronista del libro que escribió junto con Adolfo García.

Esta playa posee mi propia luna, / cada ola es mi vida y cada tarde / cobijo de mi piel y mi fortuna. / Y así ha de ser, sin que haga de ello alarde, / porque es para el bebé siempre la cuna / y para el hombre entero el mar que arde. Lo dijo así el poeta. La isla es un espacio cerrado que, sin embargo, se expande desde la orilla, pues el mar tiene un lado luminoso, camino que apetece recorrer, aunque también es símbolo de la pérdida. Luis Natera fue el poeta de la melancolía y de la reflexión del mar. “El naufragio es la base de mi última poesía, pero no un naufragio meramente físico, sino un naufragio del espíritu, del hombre que pasa por la Vida y que aspira a llegar a puerto como el barco, tocar una isla, o por lo menos sobrevivir”, dijo cuando se presentó Náufrago, muerto, el libro que publicó con Adolfo García. Natera nos dejó una madrugada, una muerte dulce. Con su voz honda fue poeta de los microcosmos insulares y de las maguas sutiles. La esposa, los hijos, la idea de Dios son algunos de sus ejes. La muerte como derrota a través de una voz intimista, clásica y ensimismada. El mar como regazo y como sepultura. 

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