La realidad
cotidiana señala que nuestra sociedad se vuelve cada vez más competitiva e
individualista y ello tiende a generar gente que vive desconectada del resto. El
modelo que padecemos hace que los jóvenes difícilmente hallen trabajo digno,
que la gente de mediana edad padezca depresiones cuando ha perdido su ocupación
y ya no hay ofertas para su tramo de edad, y, como el modelo de familia ha
cambiado, los mayores se vean encaminados a vivir al margen. La población
envejece y no hay reemplazo, en España hay cuatro millones de personas que
padecen la marginalidad de vivir solos porque no les queda otro remedio. En
Canarias, donde en otro tiempo hubo una natalidad poderosa, siguiendo la pauta
de otros lugares los jóvenes se casan tardíamente y apenas quieren tener hijos.
Lejanos están aquellos tiempos de los premios de natalidad que solían beneficiar
a parejas de las islas y Andalucía, en el sur de Gran Canaria había matrimonios
que llegaban a tener 20 y 22 hijos con tal de conseguir el premio que brindaba
el franquismo, generalmente una vivienda. Era la política natalista del antiguo
régimen, qué tiempos aquellos. Luego vino un presidente llamado Rodríguez
Zapatero que extendió con alegría aquello del cheque-bebé, que duró muy poquito
porque la crisis ya aparecía en el horizonte y no había presupuesto suficiente.
¿Es la soledad una
enfermedad social que arrecia en estos años? Todo parece indicar que sí. Las
estadísticas dicen que las personas que viven al margen tienen peor salud, se
incrementan las enfermedades cardiovasculares, aparece la obesidad y una menor
resistencia a las infecciones. Bajan las defensas, el sistema inmunitario se
debilita. La soledad hace que la autoestima baje, la persona sale menos a la
calle, se autorrecluye, tiene pocas ganas de ver la vida con otra mentalidad. El
consumo de sedantes y de pastillas para dormir se dispara año tras año. Los
parados de larga duración y buena parte de los pensionistas padecen depresiones.
Las consultas de los siquiatras y de los sicólogos se llenan de personas con
problemas de difícil solución, y bien sabemos que el consumo de ansiolíticos no
resuelve la cuestión.
Nuestro modelo
social está expulsando no solo a los jóvenes, que apenas encuentran
oportunidades, sino a la gente de mediana edad que por los reajustes pierde el
trabajo y, por supuesto, a los mayores. Los lazos familiares se debilitan, el
modelo tradicional se viene abajo. El desarraigo y el abandono ganan terreno.
Las predicciones señalan que las nuevas generaciones no van a tener la calidad
de vida que disfrutaban sus padres; los sueldos bajan, los divorcios se
incrementan, las familias tienden a la desintegración. El sistema se desmorona,
hoy los jóvenes conviven sin casarse o lo hacen muy tardíamente, a menudo las
españolas tienen sus hijos con más de 35-40 años, si es que los tienen. El
matrimonio de antes se ha ido al garete, nadie podía prever que los
homosexuales y las lesbianas pudiesen casarse con todas las de la ley, y las
familias monoparentales se disparan. En el franquismo no existía la posibilidad
de contraer matrimonio civil, era el matrimonio ante el altar el que estaba
reconocido oficialmente.
Se nos han venido
encima muchas crisis juntas, dentro de un gran acelerón de acontecimientos. A
pesar de la hipercomunicación, a pesar de todas las redes sociales, a pesar de
los guasaps y de todas las ventajas tecnológicas, podemos sentirnos tan
desarraigados como nunca antes. O quizá, incluso, más desamparados. Puedes
tener cinco mil amigos en Facebook y a la hora de la verdad nadie viene en tu
ayuda si entras en bajona, puedes tener amigos en Chile o Nueva Zelanda y ni
siquiera conoces al vecino que vive en la puerta de al lado. Las redes sociales
cumplen un doble papel: permiten a personas con dificultades sociales
relacionarse mejor o mantener un vínculo, de hecho su utilización es mayor
entre las personas que viven solas que las que no. Pero a la vez, y según el
uso, generan una falsa sociabilidad, sobre todo entre los jóvenes, y en el
momento de la verdad no ofrecen compañía. Podemos tener contactos en lugares
muy lejanos, y olvidamos que lo mejor es encontrarte con personas de tu
entorno. Al final lo que importa es la proximidad, hablar, conocerse de cerca,
solo así surge la calidad relacional; es la gente que vive cerca de ti, a la
que ves, la que te hace sentir acompañado.
Te levantas una mañana,
firmas el divorcio y los hijos y los amigos de la pareja ya no quieren saber de
tu vida. No tener un papel activo aísla a quienes lo padecen, y destruye a muchas
personas, el paso extremo lleva a vivir en la calle, ya sin vínculos
familiares, cayendo en el alcoholismo y en otras dependencias malsanas. Las
crisis afectivas son frecuentes, las circunstancias ambientales no son las más
propicias. Por consiguiente la tentación del suicidio está al acecho, también
en las islas se dan casos que afortunadamente ya no ejercen el efecto llamada,
puesto que los medios de comunicación tienden a silenciarlos discretamente.
La pérdida de
la calidad de vida origina un gran
impacto en la salud. Se ha demostrado que está asociada al aumento de
enfermedades cardiovasculares, neurodegenerativas, obesidad, y a una menor
resistencia a infecciones.
Estudios recientes
señalan que se puede estar socialmente aislado y no sufrir soledad, así como
también se da el caso contrario: estar socialmente acompañado y padecerla. De
hecho, casi un tercio de los españoles que viven aparte afirmaron no sentir el
problema y eran incluso más sociables que las personas que viven en compañía,
frente a una mayoría que aseguraba haber tenido ese sentimiento en algún momento
pese a convivir con alguien. Quizá la peor soledad es la que se vive en
compañía, por lo que hay que diferenciar entre los solitarios obligados y los
voluntarios. Según los expertos, las personas que viven solas seguirán
creciendo. Ello tiene que ver con el cambio en los estilos de vida, por ejemplo
la decisión de vivir en pareja cada vez se retrasa más. Antiguamente padres e
hijos moraban en la misma ciudad o pueblo y era más fácil cuidarse o vivir
juntos. Ahora muchos hijos se van a vivir fuera; en definitiva imitamos el
modelo norteamericano, cada cual a lo suyo.
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