martes, 20 de enero de 2015

La política es (a veces) una caca

En Fuencaliente, isla de La Palma, un noviembre de no hace mucho se celebraba la tradicional ceremonia de la Jura de la Pipa del vino nuevo. Se trata de un acto lleno de simbolismo y entusiasmo popular, en las fiestas veraniegas de la Vendimia de ese municipio hay tanta alegría que en vez de agua hacen brotar vino de una fuente. La Palma es una isla donde todo el mundo fabrica su vino, la gente ha heredado pequeñas huertas, bodegas ancestrales, lagares con métodos tradicionales para la elaboración. Si en Tenerife es la isla donde mejor se come es porque allí siempre hubo una cultura del vino, y el vino desarrolló una gastronomía sencilla pero eficiente para acompañar. Después de Tenerife, tengo para mí que La Palma es la isla donde mejor se come, y seguidamente ubico a El Hierro, isla donde la gente es maravillosamente natural y se ofende si no le das los buenos días. Pues bien: ahora explicaré lo que aconteció en la celebración de un otoño en que se inauguraba el vino nuevo.
En realidad, no teníamos tarjeta explícita de invitación pero, al estar con unos amigos, nos añadimos al jolgorio.  En realidad estas fiestas populares en las llamadas islas menores están abiertas no solo a la clase política, autoridades y personas piadosas, sino a todo el que pase por allí. Hubo una paella majestuosa como para 500 personas, bien confeccionada, generosa. Naturalmente que hubo también vino, remanentes del año anterior, obviamente, puesto que el nuevo no estaba todavía presentado oficialmente. En los pueblos pervive esta ceremonia de la participación popular en comilonas semejantes. Debe ser el regate que el subconsciente hace a los tiempos en que hubo tanta cartilla de racionamiento –años 40, 50 y comienzo de los 60 del pasado siglo– que literalmente la gente pasaba hambre. Hay que añadir que cuando hay convocatorias electorales los partidos más establecidos en el poder convocan comilonas semejantes, con un espíritu un tanto venezolano de nuevos ricos, de aquellos tiempos en que Venezuela significaba riqueza y poderío.
La gente ocupó el centro cultural, el cura bendijo la ceremonia de la extracción del vino de la pipa allí instalada, todo el mundo aplaudió y se pasó al obligatorio capítulo de los discursos y los vivas correspondientes. El presidente del gobierno regional, bien rodeado por sus huestes, tomó la palabra para felicitar a los cosecheros y a las cooperativas que mantienen el nivel de calidad de los vinos palmeros, galardonados en el exterior sobre todo en los vinos blancos, con varias bodegas punteras cuya producción ya asoma en grandes superficies y supermercados del resto de las islas. Lógicamente la producción es pequeña y los vinos canarios siempre salen más caros que los Rioja y Ribera del Duero que abundan en los supermercados, a unos precios competitivos. En el ambiente de alegría que allí se manifestaba, incluso de euforia, el líder regional dijo lo siguiente:
–Los vinos de esta isla son magníficos, constituyen una muestra de la superación de nuestros agricultores. Estos vinos están cosechando premios a nivel internacional, y yo, como responsable del gobierno regional, para favorecer su consumo les anuncio solemnemente que a partir del 1 de enero próximo voy a introducir un impuesto a todos los vinos que vienen de la Península.
Lógicamente, ante tamaña osadía la audiencia se quedó entusiasmada. Hubo vítores y aplausos, voces enardecidas, las cámaras de la TV y los micrófonos de las radios lo recogían exhaustivamente. Por lo bajini me quedé pensando si el gobierno regional puede establecer medidas de ese tipo por su cuenta y riesgo sin consultar con Bruselas y hasta con Madrid. Pero allí no había problema alguno, los awaritas (los awaras o awaritas eran los antiguos habitantes de la isla) estaban tan contentos como si hubiesen ganado la lotería.
–Pues no me parece buena idea –dijo al instante el amigo a cuyo lado estábamos sentados–. Imagínate que a los peninsulares les dé por la misma idea y que nos metan un impuesto cuando les mandamos nuestros plátanos.
La verdad es que el argumento, por ser tan ponderado y juicioso, no admitía réplica. La Palma es una isla subvencionada, la primera vez que contemplé una cola delante de una entidad bancaria en los últimos días de diciembre pensé que toda aquella gente había cobrado la lotería. Sí: la lotería de la subvención que recibe el plátano reparte buenas sumas aquí y allá, y gracias a ello se mantiene la isla que tiene tendencia clara a quedarse vacía, si no fuera porque entre comunitarios y extracomunitarios hay 20.000 personas de fuera habría que cerrar unos cuantos ayuntamientos.
De todo lo cual se deduce que a veces nuestros representantes en la cosa pública dicen cosas pintorescas y con ellas logran aplausos y parabienes en momentos puntuales que probablemente se vean defraudados al cabo de un tiempo porque la realidad es otra. Y con esto no quiero referirme en exclusiva al actual presidente del gobierno canario, porque, cuando tienen un micrófono delante, la tentación de decir alguna caca divertida no se le escapa a ninguno de los líderes políticos que disfrutamos en esta y en todas las tierras, ya que los profesionales de la cosa pública suelen adoptar tics demagógicos con los que conseguir entusiastas adhesiones. Y como en este año habrá varias convocatorias electorales, no me cabe duda de que estas circunstancias van a repetirse con frecuencia por quienes ya están establecidos en el poder y por aquellos otros que están llamando a la puerta, que ahora –según las encuestas– van a ser muchos y nos van a prometer cosas bastante atractivas e, incluso, llamadas a dar risa.

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