Los intelectuales de América
Latina tienen hoy la obligación de apuntalar las conquistas alcanzadas en los
gobiernos de tinte socialista de la región y que exceden a la fidelidad
exclusiva a su vocación. Esta obligación de asumir un carácter político
revolucionario toma un carácter ineludible, cual instancia ética de la
“intelligentzia” hacia los embates violentos de la burguesía y de las
monopólicos medios denominados de comunicación, que en su afán indisimulable de
distorsionar la realidad recurren a mercenarios rentados, camuflados de
periodistas o escribas del mercantilismo neoliberal.
Debemos recordar a Julio
Cortázar, denostado en su tiempo por haber vivido en París y haber aceptado la
ciudadanía francesa, sumado a las críticas al adherir a la revolución cubana y
a todas las revoluciones de carácter socialista. En mi opinión, cuántos
intelectuales como Cortázar son necesarios hoy, donando un premio en dinero a
la resistencia chilena, o un García Márquez donando a su turno otro premio,
para financiar un movimiento socialista en Venezuela y su afecto a la
revolución cubana.
Hoy más que nunca, si la
categoría de intelectual aún tiene vigencia, los que son mencionados como tales
deben asumir sin vueltas ni juego de alusiones que América Latina vive en una
sociedad de revoluciones rezagadas. América Latina está preñada de un niño por
nacer que se gestó en las guerras de Independencia y que aún no ha logrado
nacer.
La “Patria Grande”, que no pudo
ser en tiempo de Artigas, San Martín y Bolívar, debe dirigirse a constituirse,
cueste lo que cueste, con el compromiso irrenunciable de los intelectuales del
tercer milenio, gestando sus obras recreadas con palabras, el fragmento de
humanidad que vive y palpita en esta, nuestra tierra.
En Argentina se está llevando a
cabo un proceso de degradación de la presidenta Cristina Fernández, de su
innegable capacidad de gestión y de su ser, llevada a cabo día a día por
esclavos rentados y alcahuetes de un sistema necrótico ultraliberal al servicio
de los intereses de una burguesía ignorante, con sus bajos instintos en acto de
violentar y destruir la investidura presidencial y su imagen, sin reparar en
los daños producidos en un pueblo anestesiado y manipulado por la mentira
puesta en acto por las corporaciones económico-mediáticas.
Estos monopólicos medios de
comunicación, en consonancia con los de la derecha uruguaya, tan afectos a ser
genuflexos con las multinacionales que operan a piacere. No es difícil
comprender que la ideología implícita de la “intelligentzia”, formada en una
comunidad semicolonial, tal el caso de nuestras naciones, ha sido siempre la
expresión del conformismo y de la cobardía en acto, aceptando los valores
establecidos por el imperio y sus tendencias. Los rebeldes fueron excluidos de
ella y los otros han podido sobrevivir en cargos públicos, escribiendo en los
magazines dominicales de los monopólicos medios de información basura y los
privilegiados en las escalas inferiores de cancillerías. Tal el estado de las
cosas, aún hoy.
El despliegue de los servicios
secretos de EEUU en Argentina, por su política nacional y popular, es demasiado
evidente, como los aliados locales que podemos encontrar en la parasitaria
oligarquía, en la burguesía en leve ascenso. Lo que manifiesto no es novedad,
pues cada vez que alguna nación de América Latina o de otra región semicolonial
del mundo adopta ciertas medidas de autodeterminación y de alguna manera
afectan el statu quo, el imperio utiliza las justificaciones de la corrupción o
la conspiración terrorista. No olvidemos jamás que el director de la CIA
admitió ante el Senado de EEUU que se han empleado en 1973 once millones de
dólares para preparar el derrocamiento del doctor Salvador Allende en Chile,
justificados en “acciones encubiertas”.
Ante esta situación, sería muy
útil el accionar de los intelectuales, si existe tal categoría hoy, para
apuntalar un gobierno como el de Cristina Fernández, jaqueado por un puñado de
cipayos, sobrevivientes de una Argentina petrificada desde los tiempos de
Uriburu y darle cabida a este gobierno, elegido por más de la mitad de
argentinos, que no entrarán al porvenir retrocediendo.
(Del diario La
República, Uruguay)
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