viernes, 19 de octubre de 2012

Muireann, la dulce irlandesa


Cuando una noche de sábado me llevaron al hospital con amago de infarto y me ingresaron en la unidad de cuidados intensivos, creí necesario recapacitar. Mi alma se había escapado a remotos sótanos del purgatorio donde habría de pagar por todas mis culpas, tenía que hacer examen de conciencia, manifestar dolor de corazón, propósito de enmienda. Tampoco había estado bien que por aquellos días abusara de los estimulantes. Debía tener cuarenta y tantos y no dormía bien, el Chivas Regal en el vaso largo con su par de cubitos de hielo pero luego se adhería como un pólipo a las paredes de mi estómago y además me tomé alguna viagra y una cialis porque esas noches andaba algo disgustado y por consiguiente decaído, Alberto estaba por ella y yo estaba por la mujer de Alberto, pero en aquella velada, tras hablar una hora sobre Obama y Angela Merkel, sobre las hipotecas basura y la política de garrote y zanahoria, la esbelta Julia no quiso participar en el intercambio, de manera que solo fuimos tres, y entre los tres había uno que -a pesar de las pildoritas- andaba poco motivado.
Me lo habían aconsejado mis amigos: ya tienes que escribir una novela, como no lo hagas ahora no lo vas a conseguir nunca jamás. Después de diecisiete poemarios que no ha leído ni tu gata siamesa, es hora de que busques un mayor reconocimiento, ya es hora de que tengas agentes dobles, uno en Londres y otro en Nueva York, ya es hora de que te traduzcan en Shangai. Escribe sobre ti mismo, sobre lo que te sucede, sobre la vida que llevas, que por otro lado es original e intensa. A todos los genios incomprendidos les debe pasar lo mismo, pensé. Y, como en todo el mundo somos legión los fracasados, ya veía la manera de convertirme al fin en un best seller. Cuando se lo conté a Muireann, mi mujercita medio celta y levemente pelirroja, puso tal cara de asco que por poco desisto. Muireann significa “mar blanco” y es el nombre con que bautizaron a una sirena capturada por un pescador, y que -como era de prever- acabó convirtiéndose en mujer de carne y hueso.
-Pero procura no sacarme en eso que vas a escribir. Que la gente no me reconozca, vamos. Recuerda que trabajo para un importante colegio privado que además sigue siendo un colegio religioso, recuerda que tengo prestigio y estas cosas pueden espantar a cualquiera.
-Qué va, estás equivocada. Eso te dará un perfil mucho más atractivo. Además, no vas a salir tal cual eres. Sino divinizada, claro.
Cierto que mi dama tiene unos ojos perturbadores pero no son verde-grisáceos aunque esto también depende de matices: si el día está nublado o es día claro, si estamos en la montaña o en una playa de Punta Cana.
-Tu problema, querido, es que siempre serás un eterno insatisfecho. Nunca tienes bastante, hasta cuando vives el presente tu cabecita no para de dar vueltas deseando un futuro que ni siquiera sabes si podrás disfrutar.
Le permito que me zarandee una y otra vez. Y lo hace con auténtica delectación. A fin de cuentas las mujeres son diosas y nosotros tan solo perritos falderos a la espera de una caricia. Lo que me hizo menos gracia es que me diera el coletazo final, eso sí que me dolió. Como si fuera la patada de un boxeador de los pesos pesados, peor que eso. Me dejó sin resuello pero ella, indiferente, fue y se tiró al agua.
(Ilustración: "La maravillosa irlandesa", Gustave Courbet (1819-1877)

2 comentarios:

  1. Un relato que refleja otros tiempos, otra forma de ver el amor, el sexo. La vida.

    blog-rosariovalcarcel.blogspot.com

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  2. Sí: las parejas, el amor y el sexo también evolucionan, necesariamente ha de ser así Gracias

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