En
los años 60 los jóvenes palmeros que pudimos llegar a la universidad, en mi
caso a base de becas, pronto tuvimos la impresión de que nuestra futura vida
profesional iba a estar lejos de la isla natal. Con 15-16 años fui colaborador
adolescente del Diario de Avisos, aquel modesto periódico cuya tirada alcanzaba
los mil ejemplares cuando jugaban entre sí el Tenisca y el Mensajero, luego mi
vida se desarrolló entre Tenerife, Gran Canaria y Madrid. Mientras las islas
turísticas despegaban, La Palma era un espacio venido a menos: conservaba su paisaje y su
singularidad pero había pocas ofertas más allá del trabajo en la platanera. Una
isla añorante de su pasado cultural y portuario, pero una isla rural casi
cerrada al mundo.
En su artículo “La palmerada” Jordi
Pérez Camacho ha escrito sobre la psicología del nativo: “Y mientras ahí fuera
el mundo gira y la gente avanza, esta isla sigue absorta en sí misma,
embriagada en su propia realidad social y política, sorda al caminar que le
rodea… Nosotros, los palmeros y palmeras, seguiremos procurando desahogarnos en
bares, terrazas y tertulias de buen mentidero con el afán de desquitar nuestra
propia falta de iniciativa: el capital humano que se fuga por el puerto y el
aeropuerto y que desde fuera nos remite cartas de buenas noticias. Sigamos
manteniendo la palmerada.”
También Ramón Araújo
nos retrata con gracia porque este galaicopalmero practica nuestro humor y se
convierte en un filósofo de lo cotidiano, para la isla es una suerte tener
dentro una persona con tanta chispa. Tanto Ramón como Jordi son testigos de
usos y costumbres peculiares, siempre se dijo que los lugares pequeños son
pequeños purgatorios que hay que tomar con benevolencia.
He recibido anónimos procedentes
de la propia isla en el que alguien me echa en cara algún reconocimiento que La
Palma me ha brindado, como si no hubiese estado pendiente de mi tierra natal en
mis trabajos literarios y periodísticos, como si hubiese sido un ausente, como
si no hubiese dedicado artículos y libros a reflejar nuestra singularidad. Cuando
fue posible, compramos un piso y llevamos a varios amigos a conocer la isla, y
siempre que me invitaron volví para participar en actos en los que fui
requerido. Es la primera vez que lo comento, a fin de cuentas, tampoco es
importante. Tan solo añado que han sido las palabras de Jordi Pérez Camacho las
que me han dado motivo para estas reflexiones.
A fin de cuentas, a
los palmeros de dentro y de fuera nos corresponde un ejercicio de
responsabilidad con la tierra. Y cada cual lo expresa a su manera, en mi caso
intento practicar un compromiso crítico con la realidad, ya que es la mejor
forma de transformarla.
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