domingo, 3 de diciembre de 2017

Hacia el fin del delirio, quién sabe


¿Será posible cambiar las alertas informativas sobre el tiempo en Canarias? Parece que se produce un exceso de tanta alarma roja, naranja y amarilla, para que luego caigan cuatro gotas. Reconociendo de antemano que no debe ser fácil hacer predicciones sobre unas islas situadas en medio del océano, sí que deberíamos emprender una colecta para que instalen mejor tecnología: satélites más precisos, radares, personal especializado. Y en estos días en que el cambio climático, la sequía y el calor juegan con nuestra paciencia hay quienes desean ahondar la trinchera. Este rescoldo de las dos Españas debería ser calmado a través de las urnas, pero quién sabe. Pues el señor Puigdemont afirma que habrá que hacer un referéndum en Cataluña para salirse de la Unión Europea, ya que tiene previsto ingresar en la confederación de Tayikistán, Kirguistán, Uzbekistán y Kazajistán.  Países con los cuales –pese a que son de fe musulmana– ya ha firmado pactos preferentes para la exportación de cava, butifarras, jamón del Ampurdán, manitas de cerdo bien gelatinosas y otras delicias de su rica gastronomía. El huido ve la Unión Europea como un club de países decadentes, que no acepta su República y por ello anima a votar la salida. Pero el dislate va de largo, y, a fuerza de repetir una mentira mil veces, acaba convirtiéndose en verdad.
Tengo un amigo canario instalado en Barcelona desde hace mucho tiempo, lo más curioso es que hace años el hombre protestaba por el hecho de que toda la enseñanza pública sea en catalán y por eso apuntó a sus hijos en centros privados; férreo antinacionalista, hablaba de los excesos de la Generalitat. Pero, oh milagro, tras la insistencia y reiteración del delirio ahora lo veo convertido al independentismo más cerril. La señora Marta Rovira, papisa del proceso, ha incidido en la misma línea de su jefe Puigdemont y asegura que habría que a lo mejor habría que hacer el referéndum para salir de la UE, ya que ni siquiera Malta se ha adherido a la causa. Claro que, al día siguiente, son capaces de decir lo contrario: que el catalanismo siempre fue europeísta. Estos chicos necesitan psicoterapia, y una dosis de autocrítica. Puestos a inventar fórmulas para el futuro, los patriotas ya no saben qué hacer ni qué decir. Y en la integración y la supresión del odio se encuentran dos mujeres que no tienen inconveniente en ser catalanas y españolas: Rosa María Sardá e Isabel Coixet.

Para no hablar de política propongo hablar de cine, dos películas de estos días: La librería, de Coixet, y El autor, de Martín Cuenca. En un momento en que el consumo de productos culturales se ve en dificultad, la defensa del libro genera documentos de valor. Hace poco se proyectó El editor de libros, y ahora llega La librería; son dos películas dignas de verse,  aunque ambas puedan aparentar un tanto amaneradas. Coixet sigue haciendo un cine valioso, no en vano esta realizadora de 57 años mantiene originalidad y destreza. Quizá en La Librería haya acentuado el ritmo lento de la historia, quizá le sobren unos cuantos minutos de metraje, pero sí sabe hacer una adaptación sutil de la novela en la que se inspira. Una película rodada en un pueblecito costero en el que se cumple el viejo dicho de que pueblo chico, infierno grande, y frente a él aparece esa mujer llena de coraje y dispuesta a luchar contra los prejuicios de quienes desean que todo siga igual en aquellos años 50. Importante el papel rompedor de libros que la librera ofrece como Lolita, de Nabokov, y Farenheit 451, de Ray Bradbury, que imagina un universo sin libros, sometido al pensamiento único.
Con esta cinta, Coixet vuelve a su cine más personal y más sincero, el que pudimos disfrutar tiempo atrás. Narra con sencillez esta historia, donde los sentimientos, las sensaciones y el paisaje son elementos centrales. Y aflora una historia que parece antigua pero que sigue hablando de la discriminación de la mujer. Los ricos con su poder y su falta de escrúpulos; los pobres con las limitaciones que marcan los poderosos; la amistad y ese amor imposible con el hombre mayor, que no llega a cristalizar. Todo esto se halla marcado por el coraje de una persona con las ideas claras y con la fuerza necesaria para lidiar con la adversidad. Esta directora se ha manifestado más de una vez en contra de la alucinación –que no cesará mientras no se cambie al director de TV3 y se intervenga en los programas docentes encaminados al adoctrinamiento– defiende una vez más el mundo de la mujer, y lo hace con un retrato psicológico de la protagonista, una mujer introvertida pero valiente que se enfrenta a las estructuras siendo fiel a sí misma, desafiando la condena de los que gobiernan la tribu, sabiendo de antemano que puede perder la partida. Hemos de mencionar también el ejemplo ético de la actriz Rosa María Sardá, que, ante el rumbo de los acontecimientos renunció a la distinción que le había otorgado la Generalitat, la gran Cruz de Sant Jordi, justificando su acción en el rumbo actual de los acontecimientos. Fue precisamente Isabel Coixet quien comunicó el hecho en un artículo de El País; la distinción fue devuelta el 24 de julio porque “dadas las circunstancias” la actriz no se considera merecedora del premio. Precisamente en la película 8 apellidos catalanes, la Sardá hacía de madre entusiásticamente independentista, aunque la secuencia era una farsa, un esperpento total.

Los cinéfilos estamos de enhorabuena, pues en la recta que hay desde ahora hasta febrero-marzo vienen las mejores películas del año. Y también hay que recomendar una cinta española, El autor, del director Manuel Martín Cuenca, inteligente, bien construida, que probablemente saldrá bien parada en los premios Goya. Basada en una novela de Javier Cercas, su propuesta es intensa y convincente, hace olvidar la general falta de talento del cine nacional. Los vericuetos de la historia son interesantes, recuerda un poco el suspense psicológico de Hitchcock, hay un encabronamiento progresivo del personaje central, ese perdedor sin talento que se empeña en manipular a los demás con tal de conseguir una novela que venda millones de ejemplares. Como si el fin justificara los medios, se empeña en manipular a cada cual, esperando el gran triunfo. La propuesta te mantiene atento a lo que ocurre en la pantalla, te mete en la historia, con giros perversos e imaginativos.
(Foto: Isabel Coixet, directora de cine)

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