martes, 24 de enero de 2017

La autoayuda es una coña de Donald Trump

 
Hace unos años los norteamericanos, esos seres tan organizados y prácticos a los que tratamos de imitar, nos colaron un aluvión de libros de autoayuda. Textos con buenos propósitos, con gran éxito de ventas, a pesar de ser muy simplones. O quizá justamente por eso mismo estaban destinados a triunfar en una ciudadanía con pensamiento plano. Lo cierto es que con ellos podías aprender que lo fundamental es tener una mente positiva, pues si estás predispuesto un río de dinero y de felicidad pasa rozándote cada día de tu vida y solo has de estar en posición receptiva para que se aleje la negatividad de tu mente y de este modo podrás llenar tu vida con un buen trabajo. Así hallarás una excelente pareja, los bolsillos repletos de billetes, a tu lado las buenas compañías, tus excelentes relaciones personales. Conducirás un buen coche, gozarás una casa con piscina, te invadirá el buen humor y la felicidad, tendrás amor y  niños guapos e inteligentes, el mejor sexo sin necesidad de viagras. En definitiva: una explosión de energía frente a la otra tentación a la que estamos sometidos cada día, las caídas en el derrotismo por la dificultad de encontrar trabajo, el problema de conseguir buenas relaciones con los compañeros en tu empresa, los síndromes de culpa tras un desliz amoroso, tal vez el arrepentimiento extremo después de un adulterio, el miedo al cáncer, la soledad que te queda después de un divorcio, el pánico en sus múltiples formas y apariciones, la angustia que nos entra cada vez que visitamos un tanatorio porque un pariente o un amigo acaba de fallecer y cada despedida se convierte en un duelo terrible. La muerte, esa tirana, constituye el fracaso definitivo de cada uno de nosotros, pero hemos de sobreponernos a ello cada día. Como se dice vulgarmente, todo tiene remedio menos la muerte y algunos nos dedicamos a escribir, a componer, a crear arte, porque tenemos la esperanza de que desarrollando esos actos en cierto modo tenemos unas muletas con las que vencer a la muerte, menuda temeridad. Lo cierto es que todos vamos a ser olvidados en cuanto mueran nuestros hijos, nuestros amigos, quienes compartieron la vida en el mismo tramo temporal que nosotros.

Aquí seguimos con el asunto de las mociones de censura, las que están al caer, las que posiblemente vendrán. Un regalo para los medios de comunicación es la posibilidad de especular cada día con las alianzas que se podrían constituir aquí y allá, los nombres que van a entrar en el gobierno, los que van a salir, los que se podrían mantener más allá de las crisis. Feliz región que tiene la plusmarca en estos devaneos de nuestra clase política, sin que a nadie le llame demasiado la atención; a fin de cuentas es lo tradicional. Y, mientras tanto, seguimos con la batería de recortes que ponen en riesgo tantas cosas. No es extraño pues que la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública haya hecho un llamamiento para organizar una “marea blanca” con el fin de frenar la alarmante deriva privatizadora del gobierno regional, tras el nombramiento del nuevo consejero de Sanidad. El colectivo cree necesario iniciar movilizaciones de carácter preventivo ante la aparente intención del nuevo consejero de eliminar dotaciones presupuestarias de la sanidad pública para favorecer la concertación con la privada. Ofrece como resultado la disminución de determinados tramos de la lista de espera quirúrgica, que según la citada Asociación, serían los más rentables para la sanidad privada y lo hará transgrediendo la normativa que exige que antes de cualquier concierto, el sector público esté al cien por cien de su rendimiento. En opinión de la citada asociación, esto incidiría en el desmantelamiento de la sanidad pública, que vendría a quedar como beneficencia para personas sin recursos, frente a una boyante sanidad privada como opción obligatoria.
Esto de los negocios abusones va viento en popa. Por ejemplo, los ingresos de la banca española siguen cayendo en picado como consecuencia de que los créditos no se reactivan de manera suficiente y los tipos de interés continúan en mínimos históricos, así el Banco Central Europeo los mantiene en el cero por ciento. Por ello a la banca no le queda otra que buscar alternativas para recuperar los márgenes. Y aquí todo hijo de vecino puede comprobar el modo fraudulento en que las comisiones que nos cobran crecen y crecen sin parar. Por el mantenimiento de las cuentas, por el uso de las tarjetas de crédito, por emitir un cheque, por la gestión de fondos, por realizar una transferencia, por devolver un recibo improcedente y etcétera. Cobran por todo unas cantidades, que, al acumularse entre millones de usuarios, dan para mucho.
El “pensamiento positivo”, el “coaching” y toda esa parafernalia son promocionados a mansalva en los medios. Todo esto es muy vendible: si se quiere lograr algo, propóntelo con fuerza y seguro que lo consigues. Se trata de un sermón optimista que falsea la realidad, porque cualquier triunfo en la vida exige mucha obstinación, constancia, paciencia, aplicación y no pocos tropiezos. Las películas con final feliz no responden a lo que sucede en la vida y los triunfos van acompañados de caídas, los éxitos a veces tienen un lado oscuro, que los trepadores profesionales suelen esconder. Cualquier persona ha conseguidos triunfos y derrotas casi a partes iguales, y el márketing de la felicidad es un bulo.
¿Qué nos queda? Mantener la disposición a rebelarnos, al menos mentalmente, de toda la basura que nos va a caer encima. Recordemos que al día siguiente de la jura del rubio teñido, el nuevo gobernador del planeta, cientos de miles de mujeres salieron a las calles para mostrar su desacuerdo con el prepotente misógino y personaje ignorante que nos ha tocado en desgracia. Y recordemos que el obsoleto sistema electoral de EEUU, la democracia más antigua del mundo, ha permitido que llegue al poder un tipo que sacó dos millones de votos menos que su oponente, Hillary Clinton. Un tipo que pasará a la historia por los disparates que ya ha comenzado a ejecutar, y soportar sus sandeces va a exigir más calmantes de lo habitual. O más libros de autoayuda, más coaching, más management personal; odio esta moda de meter anglicismos en nuestro rico idioma. Que por cierto le cae muy mal al Trump, por eso quitó la página en español de la Casa Blanca.

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