Todo es tan dramático que una tarde de domingo, después de cientos o miles de pequeños y grandes terremotos, explota al fin el volcán dejándonos la sensación de que somos insignificantes, apenas una mota de polvo en el universo. La lava brota por varias bocas, forma un río que se desplaza rápidamente sobre el lecho de antiguas erupciones, arrasa pinos, destruye carreteras y viviendas, sepulta colegios, borra el trazado de caminos. Nada se puede hacer frente a la magnitud de las fuerzas naturales, ese hondo respirar de los abismos, ese sonido que viene de tan abajo y produce escalofríos, al escuchar la vibración de las profundidades, como si estuvieran chocando entre sí los cimientos de la isla. Entonces nos damos cuenta de nuestra insignificancia, de que la tecnología no nos va a poder salvar de esta hecatombe. El volcán es el amo y señor, solo él decide por donde va a descender hacia el mar, nadie puede parar la fuerza de la Naturaleza desbocada cuando vienen diluvios, incendios, tsunamis y el subsuelo avisa de la inmediata expulsión de esa montaña de lava que avanza devorándolo todo, las huertas construidas sobre el malpaís de antiguas erupciones, las casas preciosas que miran al mar.
Comparado con este de ahora, en el volcán del año 1949, el de San Juan, los daños fueron casi inapreciables porque el Valle de Aridane apenas estaba construido, ahora todo es diferente porque la comarca ha duplicado largamente su población, el progreso económico es evidente y además a muchos extranjeros les gusta vivir en este clima, gozar este sol y este mar. El Teneguía de 1971 fue tan benévolo con la gente de la isla que ahora esperábamos algo similar. Pero el Teneguía brotó en un lugar deshabitado, su recorrido fue breve hacia el Atlántico, apenas había huertos y edificaciones que pudieran ser arrasadas.
El habitante de la isla sabe que vive sobre un volcán, necesita calmar su angustia porque cuando brota el magma se encuentra ante una especie de antesala del infierno. Y cuando la lava desaparezca tocará reconstruir, sorribar de nuevo para volver a plantar plataneras sobre el malpaís, vendrán otros volcanes en siglos venideros y siempre tocará reconstruir. Pero ahora el daño va a ser difícil de reparar, porque las pérdidas serán cientos de millones de euros, hay quien va a perder su precioso chalet de gente acomodada pero también hay gente modesta que perderá su casa humilde, su pequeña huerta, su bodega, sus animales. El insular es un agricultor nato, aprovecha cualquier cachito de terreno para hacer crecer sus papas, sus frutales, sus viñedos. El insular es un hombre prudente y entregado a la tierra, porque la tierra es lo que más lo motiva: tener una casa bonita, sembrar plantas, cuidar la bodega. Porque, aunque lleguen, las ayudas institucionales jamás podrán reparar esa sensación de pérdida y orfandad que deja el volcán a quienes han padecido sus efectos. Una ministra dice que el volcán es un espectáculo maravilloso cuando se ve desde el sofá del salón en un televisor de gran pantalla, es de una enorme belleza el río nocturno de lava pero a los afectados no los va a tranquilizar esa evaluación.
Este volcán podrá resultar la erupción más débil si la comparamos con la de 1949 y la de 1971, es posible que dure menos días y que la cantidad de magma expulsado sea significativamente menor. Pero debido a que el Valle ha cambiado por completo, dado el auge de las zonas construidas, tendrá efectos devastadores. Y puede hacer un daño incalculable si en su recorrido algún ramal llega a La Bombilla, a Puerto Naos, a los barrios de Tazacorte. Puede destruir muchas economías, puede destruir el esfuerzo de varias generaciones y ello casi equivale a destruir muchas vidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario