Por Eduardo Sanguinetti (*), especial para NOVA - Buenos Aires
El anuncio de la muerte del autor-dios, solo continúa en una tradición
secular e institucionalizada de notas necrológicas, que encuentra un ilustre
exponente en el anuncio de la muerte de dios, el famoso aforismo "el
Insensato". Ante esta instancia indecorosa, puedo sugerir renovar en
Dionisos, cierta necesidad de llevar a cabo el sacrificio metafórico del autor,
para regenerar y legitimar lo simbólico.
El sacrificio del autor devenido en 'maldito', sería simétrico en
intensidad a su posterior consagración, basta recordar esa dramática broma
histórica del precio de un Van Gogh, cuya existencia ha quedado marcada como
relato de la caída. El sacrificio aparecería tan necesario en la máquina
simbólica, como el mismo delito transgresor de la norma.
La destrucción de lo religioso-antiguo culminaría con la muerte sacrificial
y la mediación de ese rito de muerte, produciría lo religioso-nuevo, la muerte
del arte sería inseparable al del arte de la muerte, tal y como la
"belleza del mal" (Baudelaire) será inseparable al "mal de la
belleza" (Stendhal).
La muerte eterna se convierte en el contenido esencial del símbolo
religioso, en el que los personajes intercambian roles, para representar el
mismo viejo drama. No obstante, una cosa es delinquir contra la norma, a la
búsqueda de lo poético y hacerse cargo de las consecuencias, y otra bien
distinta, ejercer un estilo victimal, anunciar el delito y solicitar el honor
sin experimentar el drama, 'cosa' que tampoco nos resulta del todo extraña ni
en las vanguardias, ni en el arte. Y es que existen dos formas de abolir el
drama:
-Negando la necesidad del sacrificio, en el seno de un mundo sin horrores
ni injusticias (bien exterminándolo en la imposición de un orden riguroso y
absoluto, o bien disolviéndolo en lo que se supone una síntesis definitiva) lo
que corresponde al ideal de pureza de clasicismos/manierismos y a los estados
de derecho de totalitarismos.
-O anunciando y promocionando el delito cual modo de supervivencia,
convirtiéndolo así en un delito de lujo, al que nos tienen acostumbrados los
actos llevados a cabo por las mafias del arte, la política y demás actores del
espectáculo del mundo, que desdramatizan en gozne el beneficio de elevar la
estafa cual destino anunciado de ornamento, lo que se adapta más a nuestros
estados de hecho, mal que les pese a los autores del crimen alegórico del
'deber ser'.
La primera introduce desgaste y rozamiento, la segunda cortocircuita lo
simbólico, pero ambas no dejan de ser complementarias. Tras los genocidios
producidos a lo largo de siglos de Historia, la discusión que puede suscitarse,
parece producirnos cierto vértigo, por lo que el esfuerzo del diálogo ausente,
es más difícil de concretarse y de producirse tendría un valor incalculable.
El hecho de que nuestras democracias en arte y vida, se insinúan con
insistencia formas más o menos solapadas o minoritarias de fundamentalismos,
puede hacernos sospechar que si nuestros estados son resultado de las causas y
circunstancias que conmocionaron las últimas décadas del siglo XX, los nietos
-también aquí- acaben pareciéndose más a los abuelos que a sus padres.
Con todo, la muerte del autor, no sería sino una secuela lateral y tardía
de esa muerte de dios, natural consecuencia de su proceso interno de
aniquilamiento, anterior a mi invocación de los /80 del pasado siglo, de una
libertad de la razón que hoy podemos entender como ensayo de los que los nuevos
pseudo-filósofos, anhelan como un pensar postmetafísico, desconociendo el desmoronamiento
del irracionalismo que llevaba a la eliminación de la metafísica como refugio
del pensamiento elevado a símbolo de la totalidad.
Una muerte que quizás para Derrida, con Heidegger, se encuentre ya en esa
cualidad divina y antiantromorfa del "sin", "no",
"casi", diferente a su juicio de toda 'teología negativa'. No
olvidemos nunca, que lo que vale para hacer, equivale para deshacer.
La filosofía del tercer milenio, tan mezquina en sus fines, procuró
desembarazarse de la metafísica, mientras el arte de hoy se define como la
conquista de una cierta metafísica particular, que no puede ocultar sus
rudimentos y mirada especular a un pasado que es sólo leyenda de lo que pudo
haber sido 'sentido', física y literalidad ocupan el lugar de la metafísica, más
cercanos y concretos, y la superficie, sustituye a la dimensionalidad del
abismo psicológico y la altura metafísica.
(*) Filósofo y poeta
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