viernes, 6 de noviembre de 2020

La muerte del autor-Dios, la filosofía mezquina del Tercer Milenio

 

Por Eduardo Sanguinetti (*), especial para NOVA - Buenos Aires

El anuncio de la muerte del autor-dios, solo continúa en una tradición secular e institucionalizada de notas necrológicas, que encuentra un ilustre exponente en el anuncio de la muerte de dios, el famoso aforismo "el Insensato". Ante esta instancia indecorosa, puedo sugerir renovar en Dionisos, cierta necesidad de llevar a cabo el sacrificio metafórico del autor, para regenerar y legitimar lo simbólico.

El sacrificio del autor devenido en 'maldito', sería simétrico en intensidad a su posterior consagración, basta recordar esa dramática broma histórica del precio de un Van Gogh, cuya existencia ha quedado marcada como relato de la caída. El sacrificio aparecería tan necesario en la máquina simbólica, como el mismo delito transgresor de la norma.

La destrucción de lo religioso-antiguo culminaría con la muerte sacrificial y la mediación de ese rito de muerte, produciría lo religioso-nuevo, la muerte del arte sería inseparable al del arte de la muerte, tal y como la "belleza del mal" (Baudelaire) será inseparable al "mal de la belleza" (Stendhal).

La muerte eterna se convierte en el contenido esencial del símbolo religioso, en el que los personajes intercambian roles, para representar el mismo viejo drama. No obstante, una cosa es delinquir contra la norma, a la búsqueda de lo poético y hacerse cargo de las consecuencias, y otra bien distinta, ejercer un estilo victimal, anunciar el delito y solicitar el honor sin experimentar el drama, 'cosa' que tampoco nos resulta del todo extraña ni en las vanguardias, ni en el arte. Y es que existen dos formas de abolir el drama:

-Negando la necesidad del sacrificio, en el seno de un mundo sin horrores ni injusticias (bien exterminándolo en la imposición de un orden riguroso y absoluto, o bien disolviéndolo en lo que se supone una síntesis definitiva) lo que corresponde al ideal de pureza de clasicismos/manierismos y a los estados de derecho de totalitarismos.

-O anunciando y promocionando el delito cual modo de supervivencia, convirtiéndolo así en un delito de lujo, al que nos tienen acostumbrados los actos llevados a cabo por las mafias del arte, la política y demás actores del espectáculo del mundo, que desdramatizan en gozne el beneficio de elevar la estafa cual destino anunciado de ornamento, lo que se adapta más a nuestros estados de hecho, mal que les pese a los autores del crimen alegórico del 'deber ser'.

La primera introduce desgaste y rozamiento, la segunda cortocircuita lo simbólico, pero ambas no dejan de ser complementarias. Tras los genocidios producidos a lo largo de siglos de Historia, la discusión que puede suscitarse, parece producirnos cierto vértigo, por lo que el esfuerzo del diálogo ausente, es más difícil de concretarse y de producirse tendría un valor incalculable.

El hecho de que nuestras democracias en arte y vida, se insinúan con insistencia formas más o menos solapadas o minoritarias de fundamentalismos, puede hacernos sospechar que si nuestros estados son resultado de las causas y circunstancias que conmocionaron las últimas décadas del siglo XX, los nietos -también aquí- acaben pareciéndose más a los abuelos que a sus padres.

Con todo, la muerte del autor, no sería sino una secuela lateral y tardía de esa muerte de dios, natural consecuencia de su proceso interno de aniquilamiento, anterior a mi invocación de los /80 del pasado siglo, de una libertad de la razón que hoy podemos entender como ensayo de los que los nuevos pseudo-filósofos, anhelan como un pensar postmetafísico, desconociendo el desmoronamiento del irracionalismo que llevaba a la eliminación de la metafísica como refugio del pensamiento elevado a símbolo de la totalidad.

Una muerte que quizás para Derrida, con Heidegger, se encuentre ya en esa cualidad divina y antiantromorfa del "sin", "no", "casi", diferente a su juicio de toda 'teología negativa'. No olvidemos nunca, que lo que vale para hacer, equivale para deshacer.

La filosofía del tercer milenio, tan mezquina en sus fines, procuró desembarazarse de la metafísica, mientras el arte de hoy se define como la conquista de una cierta metafísica particular, que no puede ocultar sus rudimentos y mirada especular a un pasado que es sólo leyenda de lo que pudo haber sido 'sentido', física y literalidad ocupan el lugar de la metafísica, más cercanos y concretos, y la superficie, sustituye a la dimensionalidad del abismo psicológico y la altura metafísica.

(*) Filósofo y poeta

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