sábado, 1 de septiembre de 2018

San Petersburgo y los países bálticos


Algunos viajes nos dejaron tan buen recuerdo que nos gusta rememorarlos al paso del tiempo. Desde Helsinki hacia San Petersburgo, que se llamaba Leningrado. Rusia es un país de buena gente pero desgraciado: llegó tarde a la revolución industrial, llegó tarde al derrocamiento del absolutismo, llegó tarde a la democracia, llegó tarde al capitalismo. El río Neva y las cúpulas de cebolla con pan de oro no relumbran porque está nublado. Avistamos docenas de bodas con limusinas, el Aurora desde donde los bolcheviques lanzaron el cañonazo de la revolución de 1917, las recientes tumbas de mármol blanco con los huesos del último zar y toda su familia,  después de hacerles las pruebas de ADN los enterraron con honores. Algunos palacios y catedrales durante el régimen anterior fueron convertidos en museos de relojes y en gimnasios, pero la religión ortodoxa volvió con tal fuerza que declaró santos al último zar y a toda su familia, fusilados en 1918 y que reposan en la hermosa catedral de San Pedro y San Pablo, su imponente aguja coronada por un ángel. La estrella de la ciudad es el museo que alberga el Palacio de Invierno, el Hermitage con sus muebles y pinturas, sus tapices y sus dorados. El museo asediado por una multitud de visitantes, hay pocos vigilantes, escasa seguridad. Los salones por donde se paseaban los últimos zares y las zarinas con el omnipotente Rasputín, los canales y los ríos, las cascadas de los jardines del palacio de Peterhorf vienen a demostrarnos que esta es una de las ciudades más bonitas del continente.
Hay puentes levadizos, la perspectiva Nevsky, los iconos, las matriushkas. Luego el mar nos deja navegar con calma hacia Tallin, capital de Estonia, también visitaremos Riga, en Letonia. Cada noche dormirás en un puerto distinto, amanecerás en una ciudad diferente. Una amiga, Dolores Campos-Herrero, también hizo ese crucero en su breve vida.
Estos pequeños países han sido invadidos cien veces y han sido capaces de sobrevivir. Riga, capital de Letonia, fue fundada por un clérigo alemán que luego se hizo obispo. Precisamente aquella conversión al cristianismo a comienzos del siglo XIII, fue una matanza, la fe entraba con la espada pero los alemanes trajeron el espíritu mercantil y un largo apogeo ya que esta ciudad se vinculó durante siglos con los más importantes puertos. Europa fue un frente de guerra permanente, así los letones fueron sometidos por los polacos, los lituanos, los suecos, y sobre todo por los rusos. Naturalmente que los alemanes de Hitler la castigaron en la II Guerra Mundial y un museo de la ocupación del país ocupa sitio preferente en la parte antigua de la ciudad. Pero Riga es célebre no solo por su puerto sino por poseer la más fina colección de edificios Art Nouveau de toda Europa. Sorprende escuchar el dominio de nuestro idioma por las jóvenes que atienden los comercios donde inevitablemente ofrecen ámbar. No todos los rusos se han vuelto a su país tras la independencia, casi igualan a los letones en la población total. Aquí fue cónsul de España el escritor granadino Angel Ganivet, quien se suicidó a los 33 años tirándose al río Dvina justo en el momento en que venía a vivir con él su compañera, tras amores turbulentos que habían dado dos hijos. Todavía hoy Ganivet tiene parientes en Canarias.
Todo está reconstruido con eficacia: catedrales, iglesias, castillos, monumentos góticos como la Casa de los Cabezas Negras, sede del gremio de mercaderes. La París del Este tiene buenos bulevares, pero sorprende que no hay perros ni gatos por las calles, debe ser consecuencia del clima. Lo más valorado por sus habitantes es el monumento a la Libertad, una escultura espectacular que recuerda la etapa de independencia entre 1918 y 1920. Si en invierno el termómetro puede descender hasta los 30 bajo cero, no es raro que en la breve luz del verano la gente se lance con ganas a la calle, las plazas tomadas por animadas mesas, la gente en cervecerías y bares baratos. La alegría de vivir lo invade todo, colocan centros de flores en las calles y en las plazas para honrar al dios sol. Las chicas visten tonos alegres, las cafeterías se apresuran a sacar sus mesas al exterior. Para los nostálgicos hay sitios de estilo ruso donde ofrecen vodka, con vasos de plástico sobre mesas de madera.
Huele a un verano suave de árboles renacidos en parques lluviosos, con temperaturas que apenas pasan de los 20 grados. Tallin, en Estonia, es una pequeña joya medieval, con su muralla, su castillo, su plaza mayor con el animado mercadillo para los turistas, su farmacia del siglo XV que pasa por ser una de las más antiguas del continente. Y su auditorio donde la gente del país ha celebrado triunfos en Eurovisión. Desde el puerto nos adentramos en la ciudad vieja con sus tiendas y sus terrazas, subimos hacia la colina de la catedral donde se establecieron los obispos y la Orden Teutónica, la ciudad vieja que progresó gracias al comercio de la sal y el puerto. Patrimonio de la Humanidad por sus torres puntiagudas y sus rincones de 700 años, los finlandeses se suben a los barcos rápidos que vienen desde Helsinki para comprar alcohol, mucho más barato aquí.
Hasta hace unas décadas cruzar Europa solo era cosa de millonarios ingleses, aquello del Oriente Exprés y las escenas aristocráticas del cine, mientras que ahora todo se ha socializado, millones de personas moviéndose, el turismo es la gran industria global. Lo que más sorprende de las repúblicas ex soviéticas es la rapidez con que se han quitado de encima todo lo ruso. Las ciudades ya no son grises y la uniformidad no manda en parte alguna; hay menos soldados en las calles y más bancos, tiendas de Zara, centros comerciales, cafeterías agradables, supermercados bien surtidos, viviendas de lujo, chalets en las afueras, anuncios de neón.  Circulan coches de gran potencia, corre el dinero pero hay baja natalidad y poca inmigración: estos países también pierden población. Tras el ingreso en la UE el nivel de vida se ha disparado, pero los jóvenes se van. Cae la tarde, un velo violeta cuando salimos hacia Estocolmo, al amanecer aparecen las islas que dan entrada a la capital, la Academia del Nobel, el barrio antiguo, una ciudad sobre islas. Nos recibe una ola de calor, en los últimos tiempos nadie se libra del cambio climático, nos quedaremos sin los hielos perpetuos del Polo Norte. Luego seguimos hacia Copenhague, otra delicada ciudad.

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