sábado, 26 de noviembre de 2016

4 poemas de Antonio Colinas

Antonio Colinas (León, 1946) recibió recientemente el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, y anteriormente ganó el Nacional de Literatura en 1982. Partidario de una "poesía esencial" de evocación clasicista y con apego a la tradición, cree que la poesía no va a ser desbancada por nuevas formas expresivas. Poeta, novelista y ensayista es una de las voces más reconocidas de la poesía española contemporánea.


Simonetta Vespucci

Il vostro passo di velluto
E il vostro sguardo di vergine
violata.
Dino Campana


Simonetta,
por tu delicadeza
la tarde se hace lágrima,
funeral oración,
música detenida.
Simonetta Vespucci,
tienes el alma frágil
de virgen o de amante.
Ya Judith despeinada
o Venus húmeda
tienes el alma fina del mimbre
y la asustada inocencia
del soto de olivos.
Simonetta Vespucci,
por tus dos ojos verdes
Sandro Boticelli
te ha sacado del mar,
y por tus trenzas largas,
y por tus largos muslos,
Somonetta Vespucci
que has nacido en Florencia.


Giacomo Casanova acepta el cargo de bibliotecario que le ofrece, 
en Bohemia, el Conde de Waldstein
 
Escuchadme, Señor, tengo los miembros tristes. 
Con la Revolución Francesa van muriendo 
mis escasos amigos. Miradme, he recorrido 
los países del mundo, las cárceles del mundo, 
los lechos, los jardines, los mares, los conventos, 
y he visto que no aceptan mi buena voluntad. 
Fui abad entre los muros de Roma y era hermoso 
ser soldado en las noches ardientes de Corfú. 
A veces, he sonado un poco el violín 
y vos sabéis, Señor, cómo trema Venecia 
con la música y arden las islas y las cúpulas. 
Escuchadme, Señor, de Madrid a Moscú  
he viajado en vano, me persiguen los lobos 
del Santo Oficio, llevo un huracán de lenguas 
detrás de mi persona, de lenguas venenosas. 
Y yo sólo deseo salvar mi claridad, 
sonreír a la luz de cada nuevo día, 
mostrar mi firme horror a todo lo que muere. 
Señor, aquí me quedo en vuestra biblioteca, 
traduzco a Homero, escribo de mis días de entonces, 
sueño con los serrallos azules de Estambul.
 
Escalinata del palacio

Hace ya mucho tiempo que habito este palacio.
Duermo en la escalinata, al pie de los cipreses.
Dicen que baña el sol de oro las columnas,
las corazas color de tortuga, las flores.
Soy dueño de un violín y de algunos harapos.
Cuento historias de muerte y todos me abandonan.
Iglesias y palacios, los bosques, los poblados,
son míos, los vacía mi música que inflama.
Salí del mar. Un hombre me ahogó cuando era niño.
Mis ojos los comió un bello pez azul
y en mis cuencas vacías habitan escorpiones.
Un día quise ahorcarme de un espeso manzano.
Otro día ma até una víbora al cuello.
Pero tiempre termino dormido entre las flores,
beodo entre las flores, ahogado por la música
que desgrana el violín que tengo entre mis brazos.
Soy como un ave extraña que aletea entre rosas.
Mi amigo es el rocío. Me gusta echar al lago
diamantes, topacios, las cosas de los hombres.
A veces, mientras lloro, algún niño se acerca
y me besa en las llagas, me roba el corazón.
 
 
Cita con una muchacha sueca entre el Sena y los Campos Elíseos

Mis ojos eran dos nostálgicas panteras.
¿Cómo era aquella luz que endiosaba mis horas?
Agria luz esmeralda del Ganjes y del Nilo.
La luz de las manzanas salpicadas de lluvia.
La luz que hay en las puertas con picaportes de oro.
La luz que hay en los párpados de las águilas muertas.
Yo esperaba tus ojos con ojeras violáceas
mientras callaban todas las fuentes y en el cielo
mastines de azabache olfateaban las nubes.
(Qué festín el del cielo, qué gran fruto podrido)
Escuchando la lluvia que cesaba en los techos
de cinc, con los cabellos mojados, olorosos
aún por los pinares del Grand Bois de Boulogne,
-las manos escocidas de remar en el lago-
esperando en el pórtico umbroso del museo,
con los pies en la alfombra llena de vino y faunos,
quieto entre las columnas, pálido, distraído
por el gas enfermizo de aquel primer farol,
y por los carruajes, fúnebre y aristócrata
como un poeta inglés de la Romantic Revolt,
pensando en los abetos de tu país al alba,
sonriendo tristemente por no llorar tu ausencia,
cercando con mis dientes tu nombre -Kerstin, Kerstin-
mis ojos como dos nostálgicas panteras
esperaban tus ojos entre los matorrales.

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