jueves, 31 de diciembre de 2015

La vergüenza de Miss Universo













MELBA ESCOBAR. Periodista y Escritora.

Seguramente es una vergüenza que el señor Steve Harvey haya confundido el nombre de la nueva Miss Universo. Pero en realidad, hay otros aspectos de este incidente que me producen mucha más vergüenza.
Vergüenza debería darnos a los colombianos seguir tomándonos tan en serio un concurso misógino donde las mujeres compiten por una tiara y una corona con las medidas de sus pechos, sus caderas y sus cinturas.
Vergüenza es que desfilen en tacones de veinte centímetros en traje de baño explotando su sexualidad, mientras se les pide “pureza” y “recato”, en una esquizofrenia de valores contradictorios hasta el ridículo. Vergüenza es que sigamos estando entre los países con más alta sintonía en esta suerte de certámenes, como otros países del tercer mundo que casualmente se llevan las coronas, pues son quienes ponen la audiencia. “Casualmente” también, estos países donde habitan “las mujeres más hermosas del universo” suelen coincidir en ser los países con los índices más altos de feminicidio, violencia sexual contra la mujer y desigualdad de oportunidades. Sigamos pensando que es una casualidad perpetuar la misoginia a través de modelos donde las mujeres solo sirven como muñecas sexuales, como objetos decorativos cuyo mayor atributo para salir de la pobreza, hacerse a una vida, a la fama o una supuesta “respetabilidad” es siendo bellas. Sigamos perpetuando la sonrisa quieta, la obediencia, la “pureza” y el “recato” de estas damas que no tienen nombre si no una banda con la insignia de un país, pues son símbolos de una cultura patriarcal, anquilosada, arcaica y violenta en su negación de la mujer como individuo. Equivocarse no era difícil. Al final, todas se ven iguales. ¿Qué más da Filipinas o Colombia? Nadie sabe sus nombres, el juego no se trata de saber quienes son, se trata de hacerlas desfilar en traje de baño y coronar a la más bonita.
Vergüenza producen nuestros instintos asesinos. La proliferación de imágenes de Pablo Escobar anotando el nombre del presentador en una libreta, la oleada de comentarios racistas, la furia colectiva que al menor error salta enardecida a hablar de “monopolios”, de “complots”, con ese complejo de inferioridad tan colombiano que repetidamente nos lleva a sentirnos víctimas de abusos premeditados.
Vergüenza es que en menos de veinticuatro horas hayan asesinado en Cali a dos mujeres en manos de sus parejas. Vergüenza es que el modelo de la mayoría de niñas colombianas sea una reina, que su idea de felicidad o prosperidad esté entrañablemente ligada a un buen cuerpo, a su capacidad de seducir a un hombre, de agradar, de gustar. Vergüenza es que celebremos con entusiasmo nuestro dedicado desempeño en un espectáculo global en donde las mujeres aparecen como fichas intercambiables, decorativas, brillantes, disputándose el dudoso honor de ser la más resplandeciente de la sala.
Que lejos estamos de los países escandinavos que hace tiempo dejaron de mandar candidatas a un concurso a todas vistas denigrante. Y que lejos están las niñas colombianas de tener otros modelos de mujeres luchadoras, pensantes, libres, con ideas propias, independientes, para quienes la belleza no sea el centro de sus prioridades.
Qué vergüenza no ver que es precisamente esa mentalidad la que nos ha convertido en uno de los destinos preferidos de turismo sexual para europeos y norteamericanos. Qué vergüenza que tengamos una idea única de belleza y que la originalidad, la diferencia, la personalidad no hagan parte de ella.
 

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