Hay muchas formas de conocer a un hombre. A Manuel Díaz Martínez se le conocía pronto por la forma en que llevaba sus heridas interiores, su marcha precipitada de Cuba tras disentir públicamente del castrismo, la muerte de su mujer al poco de llegar a la isla, en 1992, la pena del que ha asumido con valentía el exilio viéndose viudo y con dos niñas pequeñas a su cuidado. Este fue un hombre sereno que escribía una poesía íntima y doliente, sus recuerdos familiares, su paraíso perdido. Padre de dos hijas, María Gabriela y Claudia, se sintió bien entre nosotros, y nos gustaba oírlo recitar con su voz pausada con la que escondía el dolor. Manuel era buena persona, y en este año de tantas marchas de amigos, también él emprendió su último camino. Margarita Otero, poeta que sabe rimar como nadie sonetos y todo lo que haga falta, casi lo había adoptado como si fuera su verdadero padre. Ella era su muletilla, lo llevaba y lo traía a los actos. Precisamente en Juncalillo, en un nuevo encuentro de escritores en la cumbre, iba a entregársele el Artevirgua de honor en los próximos días.
En la web de Palabra y
Verso fue dejando sus últimos poemas: íntimos, delicados, escritos con
sabiduría. Manuel estuvo en la embajada de Cuba en Bulgaria, Manuel escribía
sobre los acontecimientos de su país, Manuel apoyó a Heberto Padilla cuando
éste denunció la política represiva del castrismo. Fue el fin del paraíso,
porque Cuba iba dando bandazos hacia la dictadura absoluta, aquella donde no se
puede disentir, donde ni siquiera es posible pensar. Manuel se dejó atrás sus
libros, su casa, toda una vida, porque solo le dieron unas horas para abandonar
la isla. Y de una isla vino a otra, como si fuera un emigrante al revés, ya que
desandó el camino que hicieron nuestros abuelos hacia la Perla del Caribe. Uno
de sus últimos poemas se dio a conocer en la página Palabra y Verso, se
titulaba Un leve rasguño en la solapa. Hablaba de sus trajes guardados en un
armario y concluía así: El negro se mantiene en forma: / firmes las costuras,
tersa y resistente / la trama de su paño. /Es el ideal / para pasar íntegro a
la sombra. Sabía que padecía cáncer de colon y que le quedaba poco tiempo, de
modo que este texto es una especie de despedida delicada y sutil. Su poesía es
intimista, de emociones, de recuerdos familiares, de un paisaje de libertad
siempre añorado. Una revolución traicionada. Nos contó su último encuentro con
Fidel Castro, cuando este le reprochó el tono de sus análisis sobre la política
del país, ya supo que no iba a permanecer.
“He escrito la mayoría
de mis poemas como confesiones en busca de diálogo, diálogo con el lector o de
este consigo mismo. La Generación del 50 –la mía– fue la primera de la
revolución, fijó un hito en la poesía cubana del siglo XX. Falta el gran
estudio que perfile sus virtudes y sus defectos, y exponga su real importancia,
tanto en lo literario como en lo político”.
El 1991 fue uno de los firmantes de la Carta de los Diez, en
la que se demandaba al gobierno cubano libertades políticas y culturales. Los
firmantes fueron acosados, perseguidos y algunos encarcelados. Otros tomaron el
camino del exilio, como él. Lo cual no le impidió seguir dirigiendo y
colaborando en revistas culturales, siguió publicando y fue valorado por la
crítica.
Muchos autores dijeron que Díaz Martínez era el mejor poeta
cubano en el exilio. Y él nos contó varias veces sus dificultades, sus
añoranzas. Y por eso lo quisimos, porque fue un hombre leal a sí mismo, porque
era tierno y entrañable, porque se dejaba querer por los escritores de aquí.
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