lunes, 8 de julio de 2019

La añoranza de Anelio Rodríguez Concepción


Anelio es uno de los valores trascendentes de la literatura escrita en Canarias. Doctor en Filología Hispánica y profesor de lengua y literatura en secundaria, es poeta, autor de libros de relatos cortos, ensayista y pintor. Entre 1995 y 2005 dirigió la revista La Fábrica (Miscelánea de arte y literatura). Ha compaginado esporádicamente la escritura con la pintura, no en vano es sobrino de Francisco Concepción, el retratista de Taburiente. Entre otros reconocimientos, ha ganado el premio Ciudad de Santa Cruz de Tenerife con un libro de cuentos y el Tiflos, convocado por la ONCE. Empezó con la poesía y pronto publicó La Habana y otros cuentos, 1990, veinte historias cortas que le pidió Elsa López.
-¿Podrías sintetizar la evolución de tu obra, poemas, pintura, narrativa, animador de páginas literarias, hasta tu reciente Historia ilustrada del mundo?
-Me preocupó avanzar en la composición de relatos, algunos originales por su planteamiento, como los del bestiario Relación de seres imprescindibles (1998), ilustrado con dibujos infantiles de mi hijo Anelio, y otros más clásicos y sobrios, como los de El perro y los demás (2004). Incluso me lancé a escribir una novela, La abuela de Caperucita (2008), sin miedo a jugar con claves de humor socarrón que ya habían asomado en los primeros cuentos. A lo largo de diez años, dirigí una revista de arte y literatura, La fábrica, que intentaba dejar testimonio de todo lo que se estaba haciendo en Canarias. De tan absorbente, aquella experiencia me obligó a cerrar un poco el grifo como escritor (apenas pude escribir), y de paso me sirvió para identificar desde muy cerca las virtudes, los defectos y los excesos de los creadores contemporáneos, lo que valdría para hacer lo mismo con las virtudes, defectos y excesos propios. Todo ello contribuyó a reafirmarme, y sospecho que tanta actividad, en su conjunto, ha removido el poso que por último aflora en Historia ilustrada del mundo. En cuanto a mis aventuras como pintor, las enseñanzas de tío Quico, el paisajista neoimpresionista Francisco Concepción, fueron decisivas. Tuve la fortuna de aprender con él lo que no está en los libros. Digamos que una parte del cerebro, la que concierne a la percepción de la relación espacio-tiempo, “trabajó” a destajo casi tanto como la otra, la que se pone en marcha con las palabras.
-Hay un poema entrañable que habla de tu padre: “Mi padre solía soñar que volaba / sobre las casas y los bosques, / y yo ahora suelo soñar que vuela / y vuela a cada instante, / con su batín de cuadros...” ¿Es tu obra una crónica de la ausencia?
-No se trata de una constante, pero se percibe al menos en tres libros: uno de poesía (Vigilias, 2008, que por cierto se cierra con “Sueño”, ese poema del que hablas), otro de narrativa de no ficción (Historia ilustrada del mundo, 2017) y otro de investigación historiográfica y etnográfica (La tradición insular del tabaco, cuya tercera edición apareció en 2016). Ahí encontramos un repaso sentimental de todo aquello que define mis afectos familiares, en clave de homenaje. Esa crónica de la ausencia, como bien la defines, en general viene marcada por una valoración positiva de muchas personas a las que, por su actitud en la vida, era fácil querer y respetar. Por otra parte, ahora que lo pienso, en algunos de mis relatos cortos de ficción (por ejemplo Octubre y La Habana, de La Habana y otros cuentos) se percibe esa misma corriente de añoranza provechosa como reivindicación de un mundo casi desaparecido que rebulle en nuestra memoria individual y colectiva.
Escribe despacio, sigilosamente construye su imaginario. ¿No te da la impresión de que ahora se escribe velozmente y hay un exceso de impaciencia en buena parte de los autores? Responde que, en efecto, escribo sin prisas, con un nivel de autoexigencia que en ocasiones me limita más de la cuenta. Ya no sé hacer las cosas de otro modo. En el tratamiento de la escritura, tan delicado, la búsqueda del equilibrio entre fondo y forma requiere un grado de concentración extrema. Por otro lado, es verdad que se percibe una urgencia enfermiza en muchos escritores, sean conocidos o no. Urgencia a la hora de escribir y a la hora de publicar. Quizá se deba al influjo de las nuevas tecnologías, que vuelven instantáneo el contacto entre las personas, aunque en muchos casos sea engañoso, y al auge de los talleres literarios, que animan a cualquiera a lanzarse cuanto antes a la piscina, algo legítimo, por supuesto. El número de escritores crece exponencialmente, y esto por lógica genera una avalancha de publicaciones. Curiosamente, por desgracia esta inflación no da lugar al asentamiento de una crítica literaria fiable, tan necesaria para separar el grano de la paja, sino todo lo contrario. En cualquier caso, las prisas vienen de un afán de notoriedad, no te quepa duda, y de las premuras de las editoriales, rehenes del cortoplacismo. Esto conlleva graves riesgos que afectan a la excelencia y a la honestidad del trabajo. Algo parecido se produce en otras artes, como el cine, avasallado por sucedáneos digitales, o la pintura, cautiva del mercadeo y la especulación, o la música (en la ópera, por ejemplo, ya no prima la calidad técnica del cantante, sino su porte y su juventud, de ahí que los nuevos se “quemen” en poco tiempo).
Finalmente le pido su visión sobre La Palma y su futuro. Tiene claro que el tiempo parece haberse detenido desde hace décadas. Esta es una isla conservadora, tanto de lo bueno como de lo malo. El interés por todas las áreas de la cultura, que en cierto modo define un significativo florecimiento en el siglo XIX, ha acabado sufriendo los tambaleos de la economía durante el XX. No hay playas enormes, ni seguro de sol, ni espacios abiertos para levantar barriadas turísticas. Lo que está claro es que el desarrollo turístico ha de orientarse hacia un tipo de oferta racional, con cuidado de no estropear los atractivos naturales. En esas estamos, aunque no con la intensidad deseada. En la agricultura creo que hay que apostar por la diversificación, aprovechando el potencial de las zonas de medianías. Las causas de nuestro empobrecimiento económico parten de los bajos índices de natalidad y los obstáculos impuestos desde fuera (el pez grande se come al chico), y tampoco se valora el capital humano. El 99’9% de los mejores alumnos se van para no volver. Además, nuestra clase política muestra su mediocridad, no potencia las vías de desarrollo.

(Publicado en La Provincia, www.laprovincia.es, hoy 8 de julio de 2019, en mi columna de los lunes titulada Ida y Vuelta)

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