miércoles, 14 de diciembre de 2016

El canto a la vida del pintor Pedro Fausto






















El pintor Pedro Fausto (Tijarafe, 1955) desarrolla una obra intimista, sosegada, un canto a la vida. Su pintura realista recoge escenas plácidas, la infancia y la mujer, y ha sido expuesta en Barcelona, Madrid, Holanda y Alemania. Una obra cargada de simbolismo, color y armonía, en la que cuida las texturas, la transparencia de los colores. También ha tenido etapas más desgarradas, paisajes gestuales y expresionistas. Comenzamos el diálogo exponiéndole que su obra se ha asentado, en ella hay elementos cotidianos, caseríos, frutas, algunos desnudos, figuras en su huerto, quizá rememorando a Monet y otros clásicos. Y señala que “efectivamente, espero que en mi nueva obra se pueda apreciar una cierta madurez. Mi intención es lograr composiciones sólidas, estilo definido y una intencionalidad clara. Cézanne decía que había que expresarse con fuerza y claridad. Siempre busco la síntesis, estructurando las composiciones con pocos elementos. También me gusta atenuar los contrastes para crear una atmósfera cercana, o tal vez lejana porque cuando miramos un paisaje apreciamos en la lejanía ese efecto velado debido al aire.”
Sus inicios fueron en el instituto Eusebio Barreto, alentado por Antonio Capote, su profesor, luego en la Escuela de Artes y Oficios de la capital palmera y en la Escuela de Bellas Artes de Tenerife. En aquella época las escenas de La Caldera de Taburiente dominaban la plástica en La Palma. Tras una etapa en la escultura, hizo su primera individual en las Fiestas Lustrales de 1975, y a partir de 1980 se dedica profesionalmente a la pintura. En 1996 comienza una presencia de nueve años en una galería de Berlín. Padre de hijos artistas y marido de la cantante Ima Galguén, denominada en Radio 3 la Loreena McKennitt española, ha trabajado también el vídeo y la fotografía, realizando el DVD Donde el silencio es azul.
El mundo de la infancia ha sido una constante aunque recientemente tuvo una etapa dolorida, de casas quemadas en la que el negro era el tono frecuente, y ahora se le ve más distendido, el gozo tranquilo de la observación. Ha pasado por muchas fases, al principio pintaba con estilo naturalista, luego el colorido se fue tornando más sobrio y los colores más líquidos, usando el óleo como si fuese acuarela. Tuvo un periodo surrealista cuando paisaje y figura se fundían, lo hacía presionando telas, hojas u otros objetos sobre el color fresco para retener su huella. Empezó con la infancia cuando sus hijos eran pequeños. Le parecía una temática cercana y luminosa, situaba a sus niñas en nuestra vieja y humilde arquitectura; un intento de detener el tiempo y rememorar la propia infancia. Las casas antiguas están cargadas de vivencias, las texturas y los colores son sugerentes, las casas están construidas con la piedra, la tierra y la madera, esas puertas, esas fachadas de la arquitectura local.
Le pregunto por el mercado de la pintura para un artista digamos ultraperiférico y estima que no difiere demasiado de otros lugares, la figura del coleccionista es casi inexistente. Tenemos el público foráneo, sobre todo alemanes, que vive parte del año aquí; gente culta e interesante,  algunos compran. Luego está el turismo semanal que visita las exposiciones pero raramente adquiere. La nueva Galería de Arte García de Diego en la Calle Real de Los Llanos de Aridane, en la que muestro mi obra Vivencias hasta el 13 de enero, es una apuesta vocacional de unos amantes del arte que luchan para que exista una galería seria y a la altura de las mejores de cualquier ciudad importante. Efectivamente, tras rehabilitar una casa antigua el sevillano García de Diego y la palmera Ana Brígida han construido un espacio de primer nivel, un altavoz para artistas locales y extranjeros.

Volviendo a su etapa negra, en ella ponía dos o tres colores y los frotaba con un trapo creando un fondo oscuro. Sin dejarlo secar dibujaba arriba y luego iba restando color, creando volúmenes y luces que daban sentido a las formas. El resultado era una atmósfera oscura, como un paisaje nocturno. Y ahora el conjunto de la nueva exposición aridanense lo conforman figuras femeninas algunas sobre campos de amapolas en primavera, y bodegones que ha pintado con frutas que recoge del entorno. “Antes de empezar un cuadro lo elaboro mentalmente; pero a la hora de ejecutarlo me gusta dejarme llevar, improvisar, es importante que intervenga el azar, para que surja a veces incluso lo que no buscamos.”

–¿Cómo analizas el devenir de la pintura contemporánea, hacia dónde va?

–La historia del arte es como un árbol, se ha ido ramificando.  Hay formas que no se sabe muy bien dónde ubicarlas, o que ámbito pertenecen, hay incertidumbre y confusión. Pero esto casi siempre ha sido así, el tiempo lo irá filtrando todo; lo que sí me parece importante es que el arte siga ocupando el espacio que le corresponde. Comparto el criterio de Ernesto Sábato cuando decía que la parte emocional e intuitiva, el mundo de los sentimientos, ocupa en el hombre un mayor espacio que la parte lógica y racional. Y lo decía un escritor extraordinario que primero se formó como físico y matemático. El arte va hacia donde vaya el hombre, siempre le acompañará en la búsqueda de sí mismo, del conocimiento que es el auténtico viaje. Todo en la vida es importante,  y aunque casi nunca lo sintamos todo tiene un sentido, una finalidad. El artista siempre debe aspirar a intuir y revelar ese plano oculto y trascendente  de la realidad. 


Vive en una naturaleza privilegiada en medio de pinares, hierbas aromáticas y frutales, entre la cumbre y el mar, con una azotea desde la que contemplar las estrellas, la grandeza del cosmos, el misterio de la vida. Un paisaje de medianías, idílico. Piensa que lo que mejor que se pinta es lo familiar y cercano, lo que se conoce. Alguna vez ha intentado reflejar lugares que no son de su isla pero no le satisface, ya decía Cesare Pavese que si conoces tu aldea en ella reflejas el mundo. El paisaje hay que vivirlo e interiorizarlo para expresarnos a través del mismo. La orografía es abrupta, acantilados y barrancos imponentes que evocan energías telúricas, el aquelarre volcánico, el trabajo intenso de las fuerzas erosivas. La vegetación a veces resulta compleja y abigarrada. Le gusta la sobriedad y siempre ha de hacer un ejercicio de simplificación, reduciéndolo todo a planos y formas básicas. La contemplación de un edén humanizado. Dicho con sus palabras, la pintura debe conducir a estados de silencio y sosiego que propicien un diálogo íntimo y luminoso con la misma.

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