sábado, 5 de marzo de 2016

Sin gobierno y sin Europa

La ex duquesa practica el arte de la desmemoria, yo soy una chica a la antigua, yo no sé nada, mi marido es el que lo manejaba todo con mucha decencia, mi único pecado es estar tan enamorada que nunca, nunca, le pedí explicaciones sobre el río de dinero que entraba en casa. La hermana del Rey ignoraba cuanto personal doméstico tenía en su casa, desconocía sus gastos familiares, de dónde se pagaban sus viajes de recreo a Brasil o los safaris africanos. La gestión la llevaba su maridito, o los asesores de la Casa del Rey, o los antiguos socios, o las secretarias que decidían a su capricho. ¿Servirá para algo este proceso por tantas infamias y tantas corrupciones si a la infanta le están poniendo todos los puentes de plata hacia el olvido, si el fiscal es su mejor abogado defensor? Mientras tanto, aquí estamos a lo mismo, mareando la perdiz. Dispuestísimos a ir a votar en junio y otra vez en Navidades, porque toca que la rueda siga corriendo. Y es que la vida política nacional se ha convertido en un avispero, una exhibición de odios, rencores, revanchismos. Cada cual a lo suyo, sin propuestas para resolver la cuestión.

Tras unas elecciones con mucha fragmentación del voto, en países tan serios como Dinamarca o Bélgica han estado meses, incluso años, sin gobierno. ¿Significa esto que debemos adaptarnos a la idea de ir de nuevo a las urnas el 26 de junio y en pleno diciembre navideño porque nuestros políticos no saben hacer otra cosa que insultarse y desprestigiarse en vez de intentar limar asperezas y ahorrar al ciudadano el espectáculo poco edificante de ir a votar sin saber para qué sirve su voto? Mientras por casa seguimos entre dimes y diretes, Europa está también en pleno cambalache. Los británicos amenazan con irse si no se les aceptan sus condiciones, que consisten básicamente en elevar la desconfianza hacia los que vienen de fuera. Menos prestaciones sociales, menos inmigrantes en casa porque quitan el trabajo y la comodidad a los aquí nacidos. Y los refugiados siguen llamando con estruendo a las puertas del continente próspero, que les pone cada vez más dificultades para ingresar en el club de los ricos.

Parece también claro que entra en riesgo de quiebra el proyecto de la Unión Europea, antes Comunidad Europea, antes Mercado Común, iniciado tras la II Guerra Mundial para intentar buscar la paz, el trabajo y la prosperidad en un continente que se había desangrado en tremendas contiendas. Las grietas son ahora mismo tremendas, hemos entrado en una fase de romper lo que se estaba tejiendo con tanta dificultad y reticencias en los países más prósperos, siempre desconfiados de los países del sur, ahora más desconfiados todavía de la legión de inmigrantes que llaman a la puerta. Además tenemos la alegría secesionista en regiones como Escocia y Cataluña, que batallarán una y otra vez por su independencia. Parece que las tribus están empeñadas en volver a las cavernas. ¿Seguirían en la Unión y en el euro en caso de lograr la secesión? El siglo XXI plantea retos tan tremendos como el de la movilidad de las personas más allá de las fronteras, el golpeo del terrorismo islámico, la pérdida de derechos sociales tras la grave crisis, la privatización de la sanidad, el deterioro del Estado de Bienestar. Y en nuestro caso particular plantea el grave asunto de cómo llegar a un pacto de Estado en educación y cómo atajar la falta de empleo, en particular la falta de empleo para jóvenes que han salido de universidades y a los que la sociedad solo les ofrece la opción de emigrar.

El bloqueo político de España ¿tiene arreglo? Un país con pluralidad de fuerzas políticas no tiene que ser ingobernable, pero hay que desarrollar algo que aquí está ausente: la cultura del pacto. Por ejemplo, en Dinamarca ahora gobiernan los centristas, tercera fuerza política del país con solo un 19 por ciento de los votos. Están en minoría, pero apoyados por un partido de extrema derecha. Asimismo en Holanda hay una gran fragmentación en un país con poca población. Aquí también se imita el modelo alemán: hay una coalición potente entre conservadores y socialdemócratas, es decir entre las fuerzas equivalentes a PP y PSOE. Hay costumbre de formar combinaciones de distinto signo, la gobernabilidad supone negociar, ceder. Igualmente en Noruega los pactos de gobierno son parte de la normalidad, y es frecuente que la extrema derecha nacionalista y antieuropea entre en los gobiernos y ayude a la estabilidad democrática. En Europa las mayorías absolutas son poco frecuentes.

En Suecia el gobierno actual está conformado por socialdemócratas y verdes. Por norma general, en este país las mayorías se articulan en torno a dos y a tres partidos. Cuando los socialdemócratas han sido enviados a la oposición, se han formado coaliciones entre conservadores, liberales y centristas. En las naciones del Este también se dan las coaliciones, así en la República Checa tres partidos se reparten las funciones de gobierno. Pero son los alemanes los que tienen una más larga tradición de grandes pactos. Ahora mismo la señora Merkel tiene ministros tanto de su propio partido, CDU, democracia cristiana conservadora, como del SPD, el partido socialista. En las últimas elecciones el apoyo de los socialistas impidió la repetición de los comicios, y en la oposición quedaron los comunistas y los verdes. Del mismo modo, en Austria se da mucho pluralismo, y el gobierno se forma casi siempre con una coalición entre socialistas y conservadores. Además tenemos el caso de Italia, donde la crisis es permanente, los gobiernos duran muy poco y ha habido pactos con cuatro y hasta con cinco formaciones distintas. Y Bélgica, país casi partido por la mitad en dos comunidades antagónicas, ha llegado a estar casi año y medio sin gobierno.

Por otro lado, la crisis de la Unión ha demostrado que la división es ya más sobre principios fundamentales que sobre políticas concretas. Por ejemplo, cuando el primer ministro húngaro dice que no aceptará emigrantes que no sean cristianos, está olvidando la Carta de Derechos Fundamentales que prohíbe discriminaciones por la religión. Y a los políticos, sobre todo a los nuestros, hay que pedirles ejercicios de imaginación y generosidad para alcanzar acuerdos, para eso les pagamos. Para que hagan política, es decir que practiquen el arte del pacto.

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