El falso Coetzee

La mujer perdida en la presentación de un libro de Marta Sanz
Era una mujer perdida en la presentación de un libro de Marta Sanz. Pequeña y perdida y como si pudiera estar en otra parte, en otra presentación, o en una biblioteca queriendo recuperar el motivo que la había arrastrado hasta allí, sin duda importante, aunque no recordaba bien los libros que leía, ni los nombres de los autores, y todo el rato me preguntaba que como veía yo el mundo, la crisis climática, qué soluciones había. Soy bipolar, me dijo. Ahora estoy en fase depresiva. No soy capaz de fijar mi atención en nada y compro novelas sin parar. Era delgada, tenía 68 años, y a la vez que estaba en la presentación de Marta Sanz, buscaba el motivo por el que había llegado hasta allí y a cualquier otro lugar. Parecía a punto de desaparecer, de perder el rumbo de su vida definitivamente o de hacerse diminuta, transparente. Incluso de acabar en la suela del zapato de alguien, como un chicle. Pero esperaba que Marta Sanz le dijera si hacía bien estando allí.
Cervantes
El anciano de cara redonda y ojos redondos y mirada redonda no era capaz de pedir ayuda con la maleta. Por dos veces le escuché quejarse de su mano izquierda cada vez que trataba de colocar su equipaje. A la segunda, contó en alto y a nadie en particular la historia de aquella mano atrofiada: resulta que había luchado en la batalla de Lepanto. También tenía, aseguró, cicatrices por impactos de flechas. Unas cicatrices arrogantes y hermosas incluso en su cuerpo de viejo. Aunque se trataba de un loco al que no debía hacer caso, me enfadé. Me creí interpelada y acusada, puesto que pasé junto a él en el momento en el que se dispuso a agarrar su maleta y no le ayudé. Luego traté de averiguar si no sería una persona cuerda que esquivaba la habitual manera de pedir socorro para que reparásemos mejor en su circunstancia.
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